ya son treinta y uno

lunes, mayo 08, 2006

GENTE DI MARE

Vista la euforia bloggera de los acoplados y mi recién descubierto LimeWire, el fin de semana me dí a la tarea de bajar música, mucha musiquita italiana de otros tiempos.

Y así empecé bajando, más que música recuerdos: las baladas poperísimas y clásicas del cantante que años después pasó a formar parte de una lista personalísima de amoríos, las canciones del rockero consagrado que un día me dedicaron por lo que era y que hoy no se parecen en nada a lo que me he convertido y hasta las suavecitas del rapero que tuvo a bien presentarme a su hermano en un extaña historia de besos y coincidencias.

En fin, entonces me di a la tarea de crearme un disco, el soundtrack de casi dos horas de mi vida por aquellos rumbos europeos. Así que sin pensarlo esta mañana lo puse a todo volúmen en Mi Princesa. Todo eran gratos recuerdos hasta que escuché los primeros acordes: una canción que bajé casi sin pensar: Gente di mare. Casi de inmediato se me hizo un hueco en el estómago, un nudo en la garganta y los ojos se me pusieron vidriosos. Me acordé de Él, El Marinero Enamorado.

¡Qué pasará en mi cabecita que lo había olvidado! En mi recuento de amores importantes casi nunca lo menciono y, vaya caso, no es cosa de poco:

Me conoció siendo una chiquilla sola y asustada en tierras europeas. Apenas me vio, se puso a mi lado y decidió no abandonarme más. Se enamoró de mí como nunca nadie lo había hecho, me miraba con esa mirada encantada y perdida de quién está dispuesto a pasar todo por alto con tal de no perderme. Y así fue. Un día, al verme casi perdida, a punto de irme, me miró con la mirada desesperada y me ofreció su apellido. Un anillo, un nombre, una casa, unos hijos, una vida y una boda. Me ofreció, si así lo quería, dejar el mar y quedarse a mi lado.

Acepté. Ahora tengo muchas explicaciones para la historia, pero sólo sé que acepté porque pensé que era lo mejor que podía hacer o simplemente, porque no lo pensé. Llegó todo el paquete prometido: el nombre, la casa, la vida y la boda. Para los hijos no hubo tiempo. Tampoco tuve valor para consentir que se bajara del barco. No más de seis meses después la historia acabó. Trágica, triste, frustrante. Más para él que para mí.

Me tardé poco (o mucho, dependiendo del punto de vista) en entender que mi futuro no era ese. No quería una casa, un apellido, un coche, un perro ni una vida feliz. No quería un hombre que me resolviera la vida, que me cuidara ni que se hiciera cargo de mis desvaríos. Quería estar sola, vivir, crecer, equivocarme y volver a empezar. Y así lo hice. No me arrepiento.

Hoy, al escuchar los acordes de aquella canción -casi himno de nuestra historia- no pude evitar pensar en él y en su manera absoluta de amarme. Han pasado los años, muchos, ni siquiera sé decir con certeza cuántos. Han pasado también muchos amores, unos más importantes que otros y no me arrepiento de ninguno. Es más, casi todos se han convertido en buenos recuerdos amistosos. De él, en cambio, no se nada. Tampoco quisiera saberlo. La historia por fortuna acabó cómo y cuándo tenía que hacerlo.

Pero tampoco sobra decir que nadie me ha vuelto a mirar de esa manera y que nadie me ha amado otra vez sin preguntar de dónde vengo ni a dónde voy.

la que escribe Bridget Jo :: 21:23 :: 4 Le entran al cuento:

Poniendole de su cosecha

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